
Hoy, Santa Águeda es, sin duda, la imagen más venerada de Villalba del Alcor, un símbolo que refuerza nuestra identidad como pueblo.
Pero, hay que decirlo, esta devoción intensa, global y generalizada no ha sido siempre así. Tal vez su ubicación, la inexistencia de una entidad a modo de hermandad o la influencia de la antigua y reconocida Virgen de las Reliquias tuvieran algo que ver.
Sin embargo, no faltaron los villalberos que demostraron y evidenciaron un profundo cariño y devoción por la Bienaventurada Señora Santa Águeda.
Algunos testimonios han llegado hasta nosotros que dejan entrever esa veneración, pero hemos querido destacar el caso del presbítero Alberto Romero y Medina, por ser uno de los más representativos.
Alberto Romero y Medina
Nos encontramos a mediados del siglo XVIII, en 1741. En octubre de ese año este eclesiástico presenta un escrito al ayuntamiento diciendo que movido a la devoción de Santa Águeda, patrona de ella (de la villa), sita en su ermita extramuros desta dicha villa, hice promesa de cuidar del mayor culto de la dicha santa si conseguía la salud que había perdido y mediante que, con el favor de Dios y por su santa intercesión, me hallo bueno y sano de los accidentes que me afligían he resuelto cumplir la dicha promesa y noticioso de que no se da el mayor culto a dicha santa por encontrarse con dificultad quien acepte ser hermano mayor y mayordomo de la dicha ermita, desde luego, consiento aceptar dichos cargos si se me hace dicho nombramiento para más bien lograr el fin de mi deseo y con más perfección cumplir la dicha mi promesa, y lo dirige, como hemos dicho, al cabildo municipal, como patronos de dicha ermita, ofreciendo además, hacer en obsequio de dicha santa todas mis fuerzas alcanzaren y moviere mi ardiente devoción.
Como era de esperar, las autoridades municipales, dada las razones que en él se expresan… y que es de reconocido beneficio al culto de la santa y aumento y mejora de la ermita donde está colocada señora Santa Águeda, patrona de esta villa… le nombraban… por tal hermano mayor y mayordomo y, como tal, le conceden poder y facultad para que haya y perciba los frutos y rentas de dicha santa, los administre, beneficie y cuide y de lo que cobrare y percibiere de carta de pago y finiquito y, finalmente, haga todas las diligencias judiciales y extrajudiciales que necesitare y tuviere por convenientes … y que se le entreguen la ropa y demás cosas que pertenezcan a dicha santa para que desde hoy en adelante la tenga en su poder y la cuide.
Seis años después, allá por el mes de junio de 1747, en otro acuerdo municipal, los regidores resuelven otra vez sobre esta asunto mediante que el dicho don Alberto ha representado extrajudicialmente a sus mercedes que se halla imposibilitado de continuar con dicha mayordomía por sus muchas ocupaciones, aunque no se niega a cuidar de dicha santa en cuanto le sea dable según su devoción y ha pedido se haga nombramiento de tal hermano mayor y mayordomo en otra persona que continúe cuidando de dicha bienaventurada santa y de su ermita. Y, considerando justa dicha representación, aceptaron el desestimiento al dicho don Alberto, procediendo al nombramiento de otro hermano mayor de manera interina.
Alberto debió ser un sacerdote muy apegado a las devociones de nuestro pueblo. No sólo es evidente su fervor hacia la santa patrona, también lo es su fidelidad hacia otra de las cofradías de la localidad, en este caso la de Padre Jesús, a la cual, cuarenta años después de aquel suceso que debió marcar su vida y apuntalar sus creencias, le deja en su testamento que luego que yo fallezca se le entregue a la Hermandad de Nuestro Padre Jesús, sita en esta iglesia parroquial, un Niño Jesús que tengo mio propio con tal que dicha hermandad no lo pueda enajenar por ningún motivo.
Ya por esos años también estuvo muy ligado a la hermandad de la Virgen del Carmen junto a la que, unos años después, participó en uno de los mas «sonados» enfrentamientos con los frailes del convento.
Consideraciones finales
Es de notar que Alberto Romero no es el primer presbítero en ostentar el cargo de hermano mayor y mayordomo.
Recordemos como a mediados del quinientos (XVI) la mayordomía y administración de los escasos recursos de la ermita recaen en manos de los clérigos locales, probablemente por la ausencia de una institución en forma de cofradía encargada de esta gestión.
Concretamente, en 1541, Antón Sánchez, otro clérigo presbítero, ejerciendo como mayordomo de la ermita de Santa Águeda da a tributo (en alquiler) a un vecino del pueblo un pedazo de viña ques de la dicha ermita al pago de la Huerta Vieja por 34 maravedís.
Una pequeña propiedad que treinta años después vuelve a ser objeto de atención cuando, en 1578, otro clérigo, Cristóbal Martín, deja constancia de como ha sido a mi cargo la mayordomía de la Señora Santa Águeda, y de cómo ha tenido a su cargo el cobro de los escasas rentas con las que cuenta la ermita.
Hasta aquí algunas pinceladas en torno a una devoción, un lugar y las personas que a lo largo de los siglos consiguieron que el fervor, el afecto y la veneración hacia nuestra santa haya llegado hasta nuestros días.