
Ond’ un cavaleiro ben d’ i casou
da vila, e touros trager mandou,
pera sas vodas; e un apartou
deles, chus bravo, que mandou correr
Con razon é d’ averen gran pavor…
Cantiga CXLIV (Alfonso X el Sabio).
Inspirados en una tradición que se remonta a los inicios de las primeras sociedades y culturas de la historia del hombre, el toro fue siempre protagonista en innumerables cultos y ritos de carácter “profano”.
Finalizando la Edad Media, junto a la música, los bailes, las luminarias y las procesiones, aparecen los toros como parte de los elementos fundamentales de cualquier festejo popular, sobre todo de carácter “religioso”.
A partir del siglo XV se convierte en un elemento festivo, desprendido de todo el carácter ceremonial y ritual que tuvo en el pasado. El toro es el medio perfecto donde concentrar el deseo de diversión de la gente.
Ya en pleno XVI es habitual que para ciertas festividades se “corran toros”, bien sea a caballo, con una larga vara (varilargueros), o a pie, con capa y poniéndole al toro banderillas o “garrochas”.
Alancear toros era una vieja tradición asentada entre los antiguos caballeros que, como bien indica el término, no era más que una representación rodeada de todo el repertorio estético del momento, vestidos y ropajes, decoraciones y cabalgaduras, que se celebraban, por lo general, en lugares donde las actividades sociales, con motivo de acontecimientos excepcionales, tenían un cierto grado de interés.
Lo que nos interesa es la vertiente popular de los festejos taurinos, esos “juegos” en los que el toro y el hombre se enfrentan cara a cara, a pie, y en los que la habilidad y agilidad de cada participante es su única ventaja frente al animal.
¿En qué consistía el juego de engarrochar?
Si utilizamos la imagen alfonsina como referencia, podemos comprobar que se trata de una celebración en un entorno cerrado y cercado en el que la gente, resguardada tras unas “empalizadas” arroja estos dardos o garrochas al toro, con el consiguiente “enojo” del animal que haría más peligrosa y arriesgada la actuación de los “mozos” que se atreviesen a entrar en el “ruedo” a jugar con el astado.
En este caso se trata de un espectáculo en el que puede participar toda la comunidad y que permite el lucimiento de los más “atrevidos”.
Nada ha cambiado.
Así habla Sempronio en el primer acto de La Celestina:
Todos pasan, todos rompen, pungidos y esgarrochados como ligeros toros, sin freno saltan por las barreras
La Celestina. Acto I.
Y así lo describe el sevillano Gonzalo Argote de Molina en la segunda mitad del XVI:
«Traen los toros del campo juntamente con las vacas a la ciudad, con gente de caballo, con garrochones, que son lanzas con púas de fierro en el fin dellas y encérranlos en un sitio apartado en la plaza, donde se han de correr; y dejando dentro del los toros, vuelven las vacas al campo; y del sitio donde están encerrados sacan uno a uno a la plaza, que está cercada de palenques, donde los corren gente de pie y caballo; a veces, acometiéndolos la gente de a caballo con las garrochas, y andando en torno dellos en caracol, los hacen acudir a una y otra parte; otras veces, echándoles las gentes de a pie garrochas pequeñas, y al tiempo que arremeten echándoles capas a los ojos los detienen«.
Si nos remitimos a la definición que nos da el diccionario de Covarrubias (1611), la garrocha sería una vara larga que se le lanza al toro para embrabecerle.
En el de Autoridades (1734), la garrocha se define como una Vara larga y delgada, que en la extremidad más gruesa tiene un hierro pequeño, con un arponcillo para que no se desprenda.
Garrocha como vara larga para picar a los toros (picaores) es un término que ha evolucionado a lo largo del tiempo y hoy día, garrocha (a partir de 2001), se define como vara para picar toros, de cuatro metros de largo, cinco centímetros de grueso y una punta de acero de tres filos, llamada puya, sujeta en el extremo por donde se presenta a la fiera. Se emplea especialmente en el acoso y derribo, a caballo, de reses bravas y en faenas camperas de apartado y conducción de ganado vacuno. Un concepto más relacionado con una herramienta de trabajo, con un instrumento que utilizan los ganaderos en el manejo de los reses.
Lo más probable es que esas garrochas o banderillas se reservaran para aquellos valientes que se atrevían a banderillear o agarrochar al toro.
¿Cuál es el origen de las fiestas de toros?
Aunque el origen de estos festejos taurinos es algo confuso, lo más probable es que estén relacionados con la conducción y el manejo del ganado bovino. A lo largo de la Edad Media, la ganadería vacuna extensiva se convirtió en la principal actividad económica de muchas regiones de España. Este ganado, que se criaba en las dehesas era, en parte, sacrificado para consumo humano.
Para algunos especialistas en la materia este sería el origen de las corridas de toros, es decir, un divertimento de los carniceros y empleados del matadero, antes de proceder a su sacrificio. Diversión espontánea a la que se unían mozos que querían probar su valor provocando al animal para que corriese detrás de ellos.
¿Qué sucede en el Siglo XVI?
En la segunda mitad del siglo XVI, una prohibición papal de las fiestas taurinas, bajo pena de excomunión, provoca el declive de estos festejos, aunque no su desaparición, que vuelve a coger impulso a principios del XVII.
Ahora bien, a finales del XVI tenemos noticias de otros pueblos de la actual provincia de Huelva en el que festejan «tres toros garrochados y un novillo capeado». Es importante destacar en este sentido que estamos ante una fiesta de cierto carácter noble (los participantes directos) ya que el toro que se “garrochaba” exigía destreza en el manejo de la caballería pues el «toro a las garrochas» era una modalidad que exigía una gran habilidad hípica.
Sí sabemos que hasta la segunda mitad del siglo XVIII no se construyeron plazas de toros, con lo cual, durante los siglos precedentes las actividades taurinas se adaptaron a la trama urbana existente; ya fuera utilizando elementos permanentes del trazado urbano (ventanas, balcones, galerías…) o empleando elementos de carácter efímero como gradas, andamios y empalizadas de madera construidas para la ocasión y que evitaban la huida de los animales.
Lo que puede crear más incertidumbre y dudas, además del desarrollo de la actividad como tal, es la organización de la celebración. Ya fuera por la iniciativa repentina de un grupo de vecinos o por la organización de un evento, ya fuera en el pueblo o en los campos colindantes, la fiesta debió despertar verdadero furor entre la gente, llegando incluso a jugarse “el tipo” no sólo los que se enfrentaban al toro, si no quienes avalaron la celebración de la fiesta ante posibles consecuencias en forma de castigo.
“Toros en Villalba”
La tradición taurina de Villalba del Alcor no es algo reciente, ni una moda del momento. Es un elemento más que conforma la identidad de nuestro pueblo y le otorga el carácter singular que tiene la fiesta en este lugar concreto.
Os traemos varios documentos que muestran la “actividad taurina de nuestra localidad” a lo largo del tiempo.
El primero corresponde al años 1595, finales del siglo ¡XVI!
A mediados de abril, Leandro de Mesa y Gregorio de Vega, vecinos influyentes de Villaba del Alcor, «ambos de mancomún e a voz de uno e cada uno dellos … dijeron que por cuanto en esta villa se quiere e pretende garrochar un toro hoy, dicho día ques día de domingo, por Francisco Valles e Pedro López e Cristóbal de Osornio e Bartolomé Fernández e Antón Martín Sevillano e Diego Benítez, mozos solteros vecinos desta villa (algunos de ellos llegaron a ocupar altos cargos municipales años después), [y] mayordomo della y la justicia desta villa no lo consiente ni permite que se garroche en día de fiesta por no incurrir en pena conforme a el motuo propio de su Santidad y por las demás penas que sobre ello se trata. Y porque ellos entienden que cerca desto está rebocado el dicho motuo y han pedido a la dicha justicia de licencia que se agarroche el dicho toro y la dicha justicia dijo que obligándose a la pena e costas que cerca dello se recrecieren, que se garroche el dicho toro . Por tanto, en la mejor forma e manera que de derecho ha lugar, dijeron e otorgaron que ellos se constituyen por líquidos depositarios de dos mil maravedís en dinero y no en más para que (cada?) e cuando cualquier cardenal o provisor de la ciudad de Sevilla quisiere proceder contra la dicha justicia desta villa que al presente son sobre haber consentido garrochar el dicho toro en día de fiesta e otros cualesquier justicias que puedan conocer de la causa pagarán ellos como tales depositarios (hasta) en la dicha cantidad de los dichos dos mil maravedís por los cuales les puedan apremiar… los darán e pagarán cada e cuando y en cualquier tiempo que por las dichas justicias les fueren pedidos e demandados con más las costas de la cobranza. Que para todo ello e lo cumplir e pagar como dicho es obligaron sus personas e bienes habidos e por haber…»
¿En qué consistió la fiesta?, ¿a caballo?, ¿a pie? Son preguntas que nos dejan abierta una puerta a la imaginación. Lo que resulta bastante evidente es que el interés y el deseo de garrochar un toro por parte de nuestros antepasados los llevó a enfrentarse a posibles represalias por parte de las autoridades competentes.
Estamos en el año 1703. Entre los ingresos de la ermita de las Reliquias de ese año aparece uno de 315 reales, que son los 4.000 maravedís en que se vendió el toro que se jugó en la plaza.
Lo mismo encontramos en las cuenta del año 1706, otros varios miles de maravedís que el mayordomo declara haber valido la carne y piel del toro que se jugó de don Carlos Parreño,
Un año después también aparecen en las cuentas el dinero en que se vendió la carne y piel de toro que se jugó y se compró de don Juan Salvador Osorno.
En 1730 se produce una queja de los eclesiásticos de la parroquia , durante una visita pastoral, diciendo que cuando hay fiestas de toros en la plaza de esta villa se hacen andamios encima de las tapias del corralillo de la iglesia en grave perjuicio suyo.
Allá por 1771, la cofradía del Dulce Nombre de Jesús ordena el pago a un vecino de Rociana de 900 reales que se le deben del valor de dos toros muertos en la última fiesta que celebró la hermandad…
Y algo más… también se aplicaron al mismo efecto ochenta y dos reales y medio que debe Pedro de Salas del arriendo que hizo para su fiesta de toros como hermano mayor de la Tercería de Nuestra Señora del Carmen de esta villa…
Ante la evidencia no queda mucho más que añadir.